sábado, 13 de diciembre de 2008

Poema "Me voy"

Me voy
a donde los recuerdos
se convierten en polvo
donde cualquier loco
viva entre los cuerdos
donde no pueda cerrar
los ojos ni con un parpadeo
donde disfrutar del deseo
sin nisiquiera soñar

Me voy
lejos de todo y de nada
del inagotable vacío
lejos del mar y del río
cuyas aguas me arrastran
lejos del sol y la luna
que modifican la vista
lejos de la idealista
solución a toda duda

Me voy
a otro nuevo destino
alejado de este que me contempla
donde el resonar de una cadena
sea cualquier sonido
lejos de su acepción habitual
donde crezcan valores
de miles de colores
como si fuese común ritual

Me voy
cansado de estar cansado
camino del sosiego
cansado de ese cielo
promesa que nunca da llegado
cansado de redimir
cada pecado cometido
cansado de darle sentido
a mi triste sin vivir

Me voy
porque llegó la hora
de dejar de perder
porque cualquier por qué
ni se dice ni se nombra
porque tengo que partir
camino de ese lugar
porque es hora de callar
dejar este cariz
porque hoy

Hoy me voy

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Poema: Y me enamoré...

Y me enamoré
Tampoco es algo raro
Anoche miré una nube
Creí haberme enamorado
Pero pensé en frío
Y me había equivocado.

En ocasiones mi musa es
Mirable otras un bocado
A veces naranja
Otras es rojo azulado
Hay días que está cerca
Otros es algo muy lejano
Incluso alguna vez
Vamos agarrados de la mano
Y otras va con otro.

Ahora he olvidado
La de ayer
Pero me quedé prendado
Hoy de una igual.

Cuando me lo haya pensado
Te diré si mañana
Por la nube siento algo.

sábado, 18 de octubre de 2008

Onomatopeyas

Quizás, cuando te paras a pensar sobre lo horrendo, descartas automáticamente aquello que se considera hermoso. Craso error. No hay nada más horroroso que la propia esencia de la belleza.
La historia que hoy narro habla de un deseo. Un deseo más. Pero como reza la frase, cuidado con lo que deseas.
Todo comienza una fría noche de un mes cualquiera. Sentado en el borde de mi cama observo los cuadros de un libro acerca del simbolismo pictórico. Ensor, Redon, mi adorado Moureau, descargan imágenes que mis ojos intentan grabar para el resto de mis días. El simbolismo representa (a mi juicio) el movimiento más subyugante del pincel.
De repente, al pasar una hoja, lo veo de frente. Como una onomatopeya: directo, sin sentido y con significado. Una hermosa mujer acostada en una cama, y una figura que la observa fumando. Pierre Bonnard. La indolente.
He visto algunas mujeres igual que el personaje que sostiene el cigarro, pero la mujer del retrato parecía más viva que mis amantes. Más bella.
En ese momento caí en la cuenta. Me había enamorado de un retrato. Yo quería ser el personaje que fumaba su pitillo mientras observaba a la musa. Quería que sus sábanas fueran mi humo y que sus espejos fuesen mis ojos.

Esa noche precedería muchas noches similares hasta que, una fría noche, caminando por la calle, observando los árboles, intentando evitar cada farola, me paré en medio de la carretera. Donde ir? Ni idea. Entonces pensé que era un buen momento para abandonar el camino y tomarme una cerveza. Me valía cualquier bar, solo tenía que cumplir tres condiciones: cerveza, tabaco y abierto. Encaminé mis pasos hacia la luz de neón más cercana y dí con mi cuerpo en un pub irlandés. Pedí una cerveza y encendí mi cigarro. Solo tres personas y un par de borrachos. Observaba a ver si por remota casualidad podría emprender una conversación al menos interesante. Nada. No veía a nadie dispuesto a malgastar saliva.
Bajaba la cerveza enfriando la garganta como un anhelado maná. La mirada perdida en el vacío y el fugaz sonido de una puerta que se cierra. Eso fue ruido, lo que vino después, la más sonora onomatopeya.
Yo miraba, lanzando el humo de mi cigarro. Y ella no estaba tumbada. Estaba de pie pero igual de bella, igual de fantasmagórica, igual de indolente. Se acercaba. El sudor empezaba a refrescar mi espalda más que la cerveza. Se paró delante mía, como si esperase una frase de complacencia. Pero escuchó lo que deseaba en realidad. Nada.
-Perdona, ¿Te conozco? Lanzó por encima de su melancólica sonrisa.
-No, pero llegué a pensar que así era.
Se acerco más y plantó dos besos en sendas mejillas. Después se presentó.
-Soy Sarah
-Charles- Repliqué.
Lo que vino después fue lo de siempre: conversación tópica con mil tópicos y una simple intención: representar el cuadro.
Las luces de las farolas eran las estrellas esa noche vestida de niebla. Era ya tarde e ibamos agarrados, dando tumbos y besos que adelantaban los acontecimientos. A veces nos quedábamos absortos mirando el uno cara el otro, y algo parecia que quisiese que no mirase más. Parecía tan perfecto, que a ninguna cosa extraña hice caso. Y debería haberlo hecho.
Llegamos a mi casa. Abrí la puerta de mi habitación y la empujé contra la pared. Mis manos buscaban sus caderas como un viejo minero arruinado buscaba oro en los años de la quimera. Intenté desabrocharle el sujetador pero para mi sorpresa no encontré nada. Mejor. Creo que nunca me regodeé tanto con tan poco. Ella me agarró y me tumbó en la cama. Aquí empezó todo.

Primero fuí el cura cuya estaca era bendecida en la pila bautismal del altar de su templo. La estaca se sumergía y salía flote, mientras el agua bendita desbordaba los laterales de la pila, haciendo brotar espuma como si una concha de nácar fuese a guardarla y crear una nueva Afrodita.
Después me abalance sobre ella, como si el espiritú de un sádico vampiro tomase posesión de mis instintos. Mientras, mordía su cuello, su espalda, como si jugase con su vida, ahora en mi poder. En un segundo eterno, descendí su cuerpo, mis ojos ávidos de sed se pusieron y empecé a beber de su existencia. Ella parecía transformarse pues su cuerpo se contoneaba y sus músculos palpitaban febrilmente, como si su postrer aliento escapase en mi boca.
Acabamos siendo yo Van Helsing y ella Drácula: mi estaca atravesaba su infecto corazón, mientras en su vampírica y terrorífica forma tatuaba sus largas uñas negras en mi espalda. Los gemidos de muerte invadían la estancia, chocaban contra las paredes trayendo un eco de ultratumba. Sus largos colmillos blanco profanado mordían mi cuello haciendo fluir la sangre a borbotones de lujuria. Nuestros cuerpos, presas de un éxtasis místico se contoneaban al ritmo de la música blasfema en si bemol que nuestros gritos componía. Pero en un momento todo paró, quedamos ambos sepultados bajo las sábanas y un silencio digno del abismo reinói durante cinco minutos. Entonces, me levanté.
La silla que estaba al lado de la cama me sirvió de reposo y cogí un cigarro. Lo encendí. Era la imagen que tanto me había cautivado. Era yo ahora esa figura que la observaba: tan bella, tan indolente, tan...
Igual. En ese momento me dçi cuenta. No era casualidad, no era un milagro ni una ensoñación, era una maldición. La agarré y la zarandeé preguntando a gritos quién era. Yo lo sabía pero no quería creerlo. Quería un no, que no era ella.
-Te he sentido y te he buscado. Tu me deseabas y yo decidí cumplir tu deseo.
-¿Qué eres?-Gritaba presa del terror
Ella esbozó una sonrisa.
-No, no, no. Es imposible
Su sonrisa se hizo más grande, más maléfica.
-Ahora tendrás una eternidad para seguir deseándome.

Han pasado ya demasiados años. Y esta es la historia. La deseé más que nada, y nada he lamentado tanto. Es cierto, sigo disfrutando de su compañía lujuriosa, sigo maldiciendo cada noche en la que absorto la miro indolente mientras fumo mi cigarro. Ella está ahí para siempre, pero eso es demasiado tiempo. La deseé con toda el alma, pero a un pobre muerto, a un pobre vampiro...¿Qué alma le queda?

jueves, 25 de septiembre de 2008

Apropiación indebida.




Alfonso Daniel Rodríguez Castelao, el apodado Ghandi gallego, inteligente, irónico, artista universal. Exiliado en Argentina. En el año 1944 fundó el Consello da Galiza en Uruguay que además fue donde se le erigió su primer monumento en el año 1975. Este es un poema de Celso Emilio Ferreiro dedicado a todos aquellos que aldrajaron su imagen.

Olla meu irmao honrado, o que acontece con Daniel
Os que o tiñan desterrado agora falan ben del

O palurdo de alma lerda
O tendeiro desertor
O vinculeiro da merda, disfrazado de señor

O lerdo carca refrito, o monifate de entroido
O aprendiz de señorito, marqués de quero e non poido

O badoco endomingado
O franquista pousafol
O forricas desleigado, o pequeno burgués mol

O devoto do onanismo
O feligrés de pesebre
O tolleito de cinismo, o que dá gato por lebre

O rateiro do peirao
O refugallo incivil
Válense de Castelao para esconder a caste vil

Escoita puto nefando
Criado na servidume
Non pasará o contrabando dese teu noxento estrume

Grotesco escriba sandez
Inxertado nun raposo
Castelao nunca foi teu, porque Castelao é noso

I anque a ti che importe un pito
Sabrás que é cousa sabida
Que estás incurso en delito de apropriación indebida.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Tu único punto de vista soy yo.

Así a ojo diría que ya eran las tres de la madrugada. Siempre me ha encantado intentar adivinar que hora era sin mirar el reloj, quizá una costumbre que se había arraigado en mi interior cuando perdí mi Lotus, en las fiestas de San Froilán en Lugo. No, desde luego si había colombianos con mala fé en aquella ciudad eramos Joaquín y yo los que teníamos que cruzárnoslos. Nada raro, en aquella hora, en aquel bar. Solo había putas, borrachos, humo y alguna zorra. Diría que si alguna vez existió la famosa House of the Rising Sun de la que habla aquella canción de los Animals, aquel antro que bien podía estar una villa marinera no le iba muy a la zaga.


- Oye, son las tres y media -me interrumpió Joaquin repentinamente- ¿nos vamos o no, joder?


Joaquin es buen tipo, más joven que yo y parecía mas despejado en aquella pesadumbrosa noche de Noviembre. Cuando me decidí a abrir mi propio negocio de carpintería se convirtió en mi socio vendiendo varias cosas de valor que tenía, aunque no su querido anillo de oro, desde luego. Desde que le conocí, nunca le vi quitárselo, dudo que se lo quite aunque sea para meter el dedo en un coño octogenario. Por lo visto lo había heredado de su abuelo. Antigua joya familiar. Debo decir que Joaquin es algo así como un hermano pequeño para mi. Normalmente cuido de él mas que él me cuida a mi, serán cosas de la edad. Siempre iba con esa chaqueta marrón entre formal y sport, y no había manera de que se quitase las patillas. Con una piel tan blanca y unas patillas tan negras no parecía Curro Jiménez, no, parecía Abraham Liconln después de pasar una semana en un burdel de Washington celebrando la victoria sobre los confederados. Llevaba viviendo en Galicia desde que salió del talego, aunque él era de un pueblo de España sabe Dios donde.


- Coño, ¿me estás oyendo?

- Si, joder. Vámonos. Voy a echar una meada y a pagar, espérame fuera si quieres.


Como dije, Joaquín y yo empezamos un negocio de carpintería, aunque como me viene pasando, olvidé decir que quebramos estrepitosamente. No creo que interese el como quebramos, pero solo diré que el cabrón de Joaquín tiene un puto problema con el juego. Y que no le gusta nada reconocerlo. Llevábamos ya como cuatro horas sin saber nada de los portugueses lo cual no sabría decir si era buena o mala señal. Eses cabrones no se nos despegaban de encima, jamás llegar desde la Costa da Morte hasta Vigo habia llevado dos días, y dudo que alguna otra persona los hubiese pasado de manera tan intensa como nosotros.


- Un chupo de Jack Daniel's, y cóbrame por favor.


Al fin y al cabo no iba a conducir yo. Al salir por la puerta me di cuenta de que mi buen compañero ya estaba esperándome en la puerta con el coche en marcha. Mi cerebro parecía decirme que como buen gallego fuese desconfiado y mirase a ver si seguía estando en el maletero, pero tal vez sería el primer paso para acabar teniendo un comportamiento obsesivo que no me convenía nada en este momento. Arrancamos en dirección sur, intentando ir lo mas rápido que nos permitía nuestra conciencia. ¡Coño! Tan sólo había que llegar a Vigo, en el mercado de A Pedra hablariamos con el Cuco y nos sacaríamos este marrón de encima, además de conseguirnos unas buenas perras. Y que se maten después los portugueses, el Cuco, el arte y la puta que los parió a todos. No podíamos seguir escapándo mas tiempo y desde luego no íbamos a ir a la Guardia Civil.

martes, 26 de agosto de 2008

"He venido para ver" de Luis Cernuda


Recuerdo que hace unos años, mientras en clase aburrido ojeaba las partes de literatura de mi libro de Lengua, llegué a la genereación del 27 y me fijé en los autores menores, entre ellos, un tal Cernuda. Busqué por el libro y encontré un poema suyo.

Como he dicho, fué hace algunos años, pero desde aquel momento, la poesía de Cernuda me ha acompañado a donde quiera que fuese. Esto se ha consolidado el mes pasado ya que adquirí una antología de su poesía.

El poema que dejo aquí es una muestra de la lírica de Cernuda, la cual, nos muestra que la vida es infinitamente amarga, pero siempre nos queda una ínfima esperanza para aferrarnos a ella.

Este poema ha sido extraido de su libro "Los placeres Prohibidos".

HE VENIDO PARA VER

He venido para ver semblantes
Amables como viejas escobas,
He venido para ver las sombras
Que desde lejos me sonríen

He venido para ver los muros
En el suelo o en pie indistintamente,
He venido para ver las cosas,
Las cosas soñolientas por aquí.

He venido para ver los mares
Dormidos en cestillo italiano,
He venido para ver las puertas,
El trabajo, los tejados, las virtudes
De color amarillo ya caduco.

He venido para ver la muerte
Y su graciosa red de cazar mariposas,
He venido para esperarte
Con los brazos un tanto en el aire,
He venido no sé por qué;
un día abrí los ojos: he venido.

Por ello quiero saludar sin insistencia
A tantas cosas más que amables:
Los amigos de color celeste,
Los días de color variable,
La libertad del color de mis ojos;

Los niñitos de seda tan clara,
Los entierros aburridos como piedras,
La seguridad, ese insecto
Que anida en los volantes de la luz.

Adiós, dulces amantes invisibles,
Siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo.

lunes, 11 de agosto de 2008

Manifiesto de Black Tide

En ocasiones, el sentimiento colectivo nace fruto de una gran catástrofe. Si ya existe tal sentimiento, se vigoriza gracias a un enorme desastre. Cuando ese sentimiento se hace gigante, cuando la desgracia es más nefasta, es cuando los valores transmutan y se condicionan a la situación contenporánea, pues nunca se debe olvidar que para crear al héroe, primero debemos poseer un villano.

Un villano, eso es lo que pretende ser la Black Tide. Un enemigo implacable que pretende azuzar a las personas para que encuentren un héroe único. Una enfermedad pandémica que intenta que los gremios se unan para encontrar el antídoto.

La Black Tide descargará sus maléficas palabras sobre el arte, intentado aniquilarlo. Descargará su furia para calentar las páginas a Farenheit 451º. Hará todo lo posible para que el mundo se de cuenta de que la cultura está agonizando.

En fin, ahora es un buen momento para la hecatombe.

Gracias.

El rey lagarto